ÁNGELES
Si hubiera podido retener el tiempo entre mis dedos, créeme que lo habría hecho con el fin de congelar para siempre el mismo instante en que tus labios se curvaron para esbozar aquella sonrisa que me robó el corazón con un simple gesto lleno de inocencia.
El profundo dolor que en mi pecho habitaba se esfumó de un plumazo con las últimas lágrimas que le dediqué al tiempo. Saboreé con cuidado el tacto de tus labios, la forma de tus besos, el aroma de tu piel, y sin embargo no pude luchar contra la pesadumbre que produjo las últimas palabras que pronunciaste antes de dejarme marchar.
Desnudé a mi alma delante de ti, hice sangrar mi corazón por tu amor, y lo único que me quedó fue el desconcierto de un futuro incierto, una esperanza adormecida y un millón de momentos felices capaces de haberme hecho vivir por mil años más.
Pensar en ti es como alcanzar el cielo estando vivo. Y sin embargo, por más que intento llegar hasta tus manos, estas parecen retraerse contra tu cuerpo como si temieran ser tocadas por un ser tan indigno como yo.
No es correcto pensar que los seres humanos tenemos derecho a ser amados por los ángeles de Dios, pero tampoco es justo el hecho de que nos regaléis una sonrisa capaz de helar hasta el mismo sol y no podamos corresponderos con un simple gesto de amor desinteresado.
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